Me hubiera gustado comenzar a escribir estas líneas hablando de los primeros frescos mañaneros, de la alopecia incipiente de los árboles, de la mayoría parlamentaria que en el foro de las horas va adquiriendo la oscuridad frente a la luz, de las primeras manguitas largas, de los coches desperezándose mientras se refriegan sus ojos empañados...
Pues no. Resulta que estamos entrados en octubre y por estas latitudes seguimos superando los treinta grados de sobra. Gracias a ello uno sigue recordando, cada fin de semana, aquel anuncio de "¿a la playa o a la montaña?" que protagonizaban dos chicas bien parecidas (bien parecidas a tías buenas, claro está) y que es una situación perfectamente planteable gracias a la climatología imperante.
Pero hay determinadas situaciones cotidianas que sí que marcan el fin del verano y que nada tiene que ver con la meteorología. Sí señores, lo han adivinado. Los niños vuelven a las clases y los colegios recuperan la vida abandonando la penumbra que los consume durante el estío. Bueno, los colegios, los institutos y, sobre todas las cosas, las calles. Esas calles que dos veces al día se llenan de coches que entrelazan sus direcciones según el destino que en forma de pupitre tengan sus vástagos. Porque, pobre de aquel niño que viva tan cerca del colegio que no pueda ser transportado en vehículo privado por su progenitor. Supongo que hasta lo criticarán los compañeros de clase (qué maldad tienen los niños...)
Cualquier día de estos, entre los numerosísimos documentos y requisitos que tiene que tener cualquier persona para vivir en esta sociedad de hoy, los padres van a tener que solicitar también la licencia de taxi, Porque eso es lo que son muchas veces los progenitores de hoy en día, taxistas que llevan a sus hijos de casa al colegio, del colegio a casa, de casa a las clases de inglés, de las clases de inglés a entrenar, de entrenar a catequesis y de catequesis a casa con una parada de regulación para cumplir con el horario marcado.
Así que, cuando cualquier día de estos vean ustedes los enormes atascos que se producen a las horas punta en su ciudad, no piensen que ha llegado de golpe el pleno empleo y el paro va camino de extinguirse. Sepan que son los niños quienes entran, salen, van o vienen de algún lado con sus padres al volante.
Queridos padres: Mucho me temo que el regalo de este año de vuestros hijos por vuestro día sea una gorra de plato y un DVD de Paseando a Miss Daisy. Yo, por mi parte, rezaré por vosotros a San Cristóbal pidiendo precaución, amigo conductor.